El chamán feliz: neo-chamanismo en la Nueva Era

Si existen unas vivencias religiosas propias del mundo moderno, son precisamente las que se pueden etiquetar dentro de la llamada “Nueva Era”. Es tal la variedad de influencias, tradiciones, innovaciones y objetivos, que a duras penas podría considerarse como un conjunto definido. Pero todos estos elementos tienen unas características en común, precisamente aquellas que los identifican con la modernidad. El libro del historiador de las religiones Wouter J. Hanegraaff, New Age Religion and Western Culture, es todo un clásico para informarse sobre el tema, y aunque data de 1998 aún puede ser útil como inventario y testimonio de las muchas expresiones de la Nueva Era.

No es fácil establecer un origen o una fecha a partir de la cual se pueda identificar la Nueva Era como tal. Hanegraaff propone una prehistoria del movimiento que se remontaría al Romanticismo, del cual indudablemente provienen muchas de las señas de identidad que han prevalecido hasta hoy en día: rechazo al racionalismo cartesiano y redescubrimiento de los sentimientos y la sensibilidad; defensa de la individualidad como cristalización única de cualidades, talentos y potencialidades que llevan a cada individuo a ser el autor de su propio camino; identificación con la naturaleza como reacción a la ciencia y la industrialización que apuestan por un mundo artificial y contaminado; redescubrimiento del paganismo, del esoterismo occidental y apertura a las religiones orientales, como reacción contra la religión oficial, que es vista como manipuladora, rígida y fría.

Una vez pasada la fiebre romántica, la semilla dejada por su revolución germinó a lo largo del siglo XIX con la popularización del esoterismo y movimientos como la Sociedad Teosófica, la Antroposofía de Rudolf Steiner, y una amplia variedad de escuelas, filosofías y asociaciones que llegan al siglo XX dejando sentir su influencia en los ámbitos de la ciencia, la salud, la literatura, etc. Una nuevo resurgir se produciría después de la Segunda Guerra Mundial, trasladando la iniciativa de Europa a los Estados Unidos, con exponentes como el movimiento beat, pero sería sobre todo en los años 60 cuando puede empezar a hablarse del movimiento de la Nueva Era como tal, al identificarse con la contracultura juvenil y el movimiento hippy. En ese momento, la espiritualidad Nueva Era se contaba como un aspecto más junto con el pacifismo, la liberación sexual, la experimentación con drogas o las reivindicaciones feministas. Entonces se multiplican las escuelas, cultos, iglesias o cualquier otra forma de asociación en que se podían condensar las iniciativas espirituales, terapéuticas, creativas, etc. A lo largo de los años 70, la espiritualidad Nueva Era se va alejando de la etiqueta contracultural, a medida que van desapareciendo sus aspectos más radicales relacionados con la política o las drogas. Las diferentes iniciativas tienden cada vez más a la acomodación dentro del mercado de consumo, lo cual también las abre a más ámbitos de la población (por lo que algunos autores sitúan el verdadero origen de la espiritualidad Nueva Era en los años 80). La popularización y la banalización van a menudo unidas, y se abre el “supermercado espiritual”: talleres, conferencias, cursos, venta de vídeos y libros, tiendas de productos esotéricos... No significan ya una ruptura con la sociedad establecida, sino que pasan a formar parte de ella.

Definir tan amplia variedad de movimientos parece tarea imposible, tanto como encuadrarlos dentro de la religiosidad o la espiritualidad, pues por su propia naturaleza algunos de ellos parecen casi apartarse de toda connotación religiosa y prefieren aparecer como “filosofías”, “terapias” o incluso “ciencia”. En realidad, todos estos movimientos, utilicen o no un lenguaje religioso, tienen en común unas características propias de la religiosidad moderna: la experimentación por encima de la teoría, la búsqueda de la felicidad en el mundo presente, lo que incluye salud, bienestar material y éxito, una visión optimista que rechaza todo tipo de sentimientos negativos, o la importancia de los líderes carismáticos. Para Hanegraaff también se pueden incluir un carácter mundano específico, holismo, evolucionismo, psicologización de la religión y sacralización de la psicología, y esperanza en el advenimiento de una “Nueva Era”. El evolucionismo hace referencia a la idea de progreso espiritual común a todas estas creencias (con su insistencia en el desarrollo y en el aprendizaje dentro de una línea ascendente ideal que lleva a las personas desde la ignorancia hasta la ascensión/salvación), y, básico y definitorio de toda la espiritualidad en sí, la creencia en la inminencia de un cambio mundial que traerá una “nueva era” de felicidad, cambio en que todos estos movimientos están trabajando.

Uno de los ámbitos más importantes de la religiosidad de la Nueva Era tiene que ver con la salud. Éste es un campo en el que se ven implicados diferentes ingredientes: el rechazo a la medicina moderna como fría y tecnológica, alejada de las necesidades del paciente, y a causa de sus pretensiones de ser la única válida; la revalorización de sistemas tradicionales de curación o de otras culturas; la nueva visión de la salud como objetivo y como sinónimo de plenitud personal.

En este sentido, es muy importante la diferencia que establece Hanegraaff (basándose en Arthur Kleinman) entre “disease” e “illness”, términos que se pueden traducir aproximadamente como “enfermedad” y “malestar”, haciendo el primero referencia a problemas de salud concretos localizables en el cuerpo, sus órganos y funciones, etc., mientras el segundo implicaría la experiencia vivida por la persona enferma, como un desorden, un desequilibrio, una carencia o falta de energía que pueden estar relacionados con enfermedades concretas o referirse a causas más amplias. A cada uno de estos términos corresponderían las acciones de “curing” o “healing”, que supondrían la diferencia entre “curar” y “sanar”. Por descontado que la visión holística que la Nueva Era tiene de la salud se identifica con los segundos términos. La sanación implica una mejora de la totalidad de la persona en sí, lo que no hace distinción entre el malestar mental y el físico.

Mientras las creencias tradicionales como el chamanismo o la brujería buscan las causas de la enfermedad en la actuación de agentes exteriores (espíritus, demonios), es mucho más habitual en la visión Nueva Era la idea de enfermedad como desequilibrio interior, no tanto biológico como espiritual, basándose en las religiones orientales. Así, mientras para la medicina moderna la enfermedad es un proceso natural, lo que implica una lucha interminable e implacable contra la naturaleza para erradicar las enfermedades, la sanación Nueva Era ve la enfermedad como un error, y la salud como una completitud y un estado perfecto al que las personas pertenecen por naturaleza, y al que se debe llegar tras recorrer un camino de re-equilibrio interior. La sanación equivale a salvación, es más un proceso que un estado, y a menudo se corresponde con un “crecimiento personal”. El proceso de sanación sólo se puede completar cuando la persona alcanza a elevarse al nivel divino o cósmico.

No todas las personas que acuden a las diferentes terapias pueden ser consideradas “enfermas” en el sentido biológico; en muchos casos, la sanación va unida a la búsqueda de conocimiento, a otras actividades como la danza o la meditación, y sobre todo a la búsqueda de sentido. La medicina moderna ha reducido la enfermedad al plano físico, mientras que la visión religiosa proporciona explicaciones para el malestar o el sufrimiento: desequilibrio, negatividades heredadas, malas influencias del entorno... La identificación de los porqués supone ya un avance muy importante en el proceso de sanación. Por otra parte, en consonancia con la mentalidad Nueva Era de do it yourself, se supone que la clave de la sanación se encuentra en cada persona: una vez ayudada a reconocer la causa, con la utilización de diferentes terapias, la persona tiene el potencial de restablecer su salud; la ignorancia le había hecho permitir que la negatividad la afectara, pero una vez que ha aprendido, debe rechazar activamente aquello que le impide estar sana. Es otro resultado de la psicologización de la religión, la idea de que el poder de la mente es absoluto sobre el cuerpo y la realidad. Si la capacidad de sanación depende de la voluntad personal, la persistencia de la enfermedad es una falta de voluntad. Las implicaciones de esta actitud, que significan culpabilizar al enfermo por no curarse a sí mismo, han provocado fuertes polémicas y han contribuido a deteriorar la imagen de la Nueva Era.

Neo-chamanismo o chamanismo Nueva Era
El interés de la Nueva Era por el chamanismo se incluye dentro de las tendencias neo-paganas de recuperación de tradiciones marginadas o pertenecientes a pueblos primitivos. Sin embargo, al introducirse en el magma de la religiosidad Nueva Era, el chamanismo como tal ha sufrido importantes modificaciones. La primera es considerar la condición de chamán, no ya como una situación especial de personas con capacidades extraordinarias, sino como una posibilidad abierta a cualquiera que simplemente acuda a un maestro y aprenda unas técnicas concretas. La capacidad del chamán de acceder a diferentes niveles de existencia y propiciar resultados beneficiosos es pues algo al alcance de todo el mundo.

Otra diferencia importante es resultado de la aproximación Nueva Era al chamanismo: al desconectarlo de su tradición cultural y étnica, el chamán ya no es aquél que se ocupa de la salud de una comunidad, a la que pertenece y con la que interactúa; por el contrario, muchos aprendices de chamán están más interesados en su crecimiento personal y en los beneficios que para su realización pueden tener los viajes a otras dimensiones. Aunque algunos de ellos pasen a dedicarse a la sanación de otros, la principal actividad de las asociaciones chamánicas no es la formación de sanadores, sino dar a conocer “técnicas” como otra terapia para cualquier persona interesada en mejorar su calidad de vida.

El antropólogo Bill Brunton refiere dos tipos de chamanes aparecidos en la modernidad: los que siguen una tradición indígena y los que siguen una versión reformada. Los primeros son descritos como occidentales descontentos con la cultura moderna, que buscan en diferentes pueblos nativos una idea ingenua de naturaleza incontaminada y bondad primitiva. Acceden con poco criterio a las enseñanzas de algún supuesto chamán, enseñanzas que a su vez difunden lejos de su lugar de origen, manteniendo siempre su “autenticidad”.

Entre los que siguen un chamanismo reformado (“Eclectic pioneers”) se encuentran aquellos que toman elementos del chamanismo y los mezclan con todo tipo de espiritualidades propias de la Nueva Era: algo de religiones orientales, ecologismo, magia, canalización, etc. La variedad de resultados es enorme, pues se trata de creencias creadas a la carta, según las necesidades de cada practicante. Por último, Brunton menciona a los “Conservative pioneers”, identificados con los seguidores del antropólogo Michael Harner, creador del CoreShamanism (entre los que el propio Bill Brunton se cuenta), un chamanismo reformado que se presenta como “esencial”. Harner ha sido uno de los principales divulgadores del chamanismo con su libro La senda del chamán (1980), en la estela del famosísimo Carlos Castaneda y sus Enseñanzas de Don Juan (1968). El chamanismo que Harner presenta es supuestamente una destilación de las tradiciones chamánicas de todo el mundo, pero separado de sus connotaciones culturales. Es una especie de chamanismo básico, centrado en el viaje por diferentes dimensiones gracias al uso del sonido de tambores. Harner reniega de los practicantes “eclécticos” de neo-chamanismo por considerar que su criterio no es el adecuado, y que pervierten el chamanismo auténtico.

Además de las diferencias antes mencionadas que el neo-chamanismo ha traído consigo (como práctica accesible a cualquiera, y separado de una comunidad), hay una importante diferencia concerniente a la típica visión positiva de la Nueva Era acerca del mundo. Para el chamanismo tradicional, la enfermedad era causada por la intrusión de entidades malignas que debían ser combatidas. La resistencia de la Nueva Era a aceptar la existencia del mal significa la identificación de la enfermedad como un simple desequilibrio solucionable con una reconexión. Según Michael Harner:

From the shamanic point of view, people who are not powerful—spiritually "power-filled," that is—are prone to illness, accidents, and bad luck. This goes beyond our normal definition of illness. The shaman restores a person's linkage to his or her spiritual power […]. If somebody is repeatedly ill, then it's clear that they need a power connection.

El concepto de reconexión con el poder espiritual es extraño a la tradición chamánica y más parecido a las terapias Nueva Era, aunque Harner utiliza también la terapia más tradicional de la extracción, por la cual el chamán expulsa del cuerpo del enfermo aquellas entidades que le causan daño; pero incluso en este caso, se resiste a calificarlas de espíritus malignos: “We don't mean that "evil" spirits have entered. It's more like termites in a wooden house. If you've got termites in your house, you wouldn't say those termites are evil”.

La iniciación del chamán en la cultura tradicional era una experiencia traumática y pocas veces voluntaria. El viaje por otras dimensiones significaba enfrentarse a fuerzas amenazadoras, violentas y destructivas que debían ser combatidas, a veces reverenciadas, pero que siempre resultaban para el chamán un terrible desafío y una catarsis transformadora. Todo eso ha desaparecido en el neo-chamanismo, para el que el viaje dimensional es un proceso de armonía y bienestar cuyo objetivo es precisamente dejar atrás todos los temores y molestias. El mundo Nueva Era es intrínsecamente bueno y lo negativo debe corregirse como error o ignorancia. La enfermedad o la desgracia son oportunidades de crecimiento y aprendizaje. El neo-chamanismo precisamente tiene dificultades para integrarse en el conjunto de creencias Nueva Era porque no puede, sin negar excesivamente sus orígenes, adherirse a la idea de que la persona en realidad se cura a sí misma, una vez reconectada a su poder espiritual. Para Michael York, la eliminación de elementos negativos, como el miedo ante el enfrentamiento con el peligro, despoja al chamanismo de sus capacidades catárquicas que lo convertían en un culto auténtico.

La espiritualidad Nueva Era no es un simple contenedor de diferentes tradiciones, ni tampoco una vuelta a las creencias anteriores a la Ilustración (aunque algunos movimientos como el neo-paganismo o el neo-chamanismo se vean a sí mismos como tal), sino que se trata de una versión moderna y totalmente identificada con los valores de la democracia o la secularización.

A propósito del debate sobre el triunfo o no de la secularización en la época moderna, parece evidente que la pérdida de poder de la religión oficial ha dado lugar a nuevas formas de religiosidad que han venido a llenar el hueco dejado por aquélla. Al perder su significado los dogmas y los rituales establecidos, la gente ha creado nuevos rituales participativos, personales y cercanos, capaces de dar respuesta a sus inquietudes. También resulta muy importante la libre elección de las creencias, contrapuesta a la imposición tradicional de una religión dependiendo de la cultura de nacimiento. La búsqueda y libre asociación con personas afines también crea nuevos ámbitos culturales. Pero la característica principal de estos movimientos es que nunca van a llegar a formar una cultura organizada y predominante, sino que siempre se mantienen en una comunidad de subjetividades. El yo narcisista es el valor absoluto, en consonancia con los principios de la modernidad. El creyente-consumidor tiene un amplio surtido de representaciones religiosas, con las cuales construye, haciendo uso de su libertad, un sistema privado y precario de significados esenciales (solo o junto a otros yos aislados que piensan como él). Esto es lo que diferencia las creencias Nueva Era de otros movimientos de renovación religiosa en la historia.

Identificación con los valores de la modernidad, subjetividad y reinvención de los elementos religiosos son las características de la nueva religiosidad. El neo-chamanismo constituye un buen ejemplo de todo ello, aunque queda por establecer si como culto moderno es igual de complejo que su versión tradicional, o por el contrario supone un empobrecimiento y una tergiversación de su significado.

Wouter J. Hanegraaff, New Age Religion and Western Culture,(1998), Nueva York: SUNY.

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